La domesticación es el proceso por el cual una población de una determinada especie
animal o vegetal pierde, adquiere o desarrolla ciertos caracteres
morfológicos, fisiológicos o de comportamiento, los cuales son
heredables y, además, son el resultado de una interacción prolongada y
de una selección por parte del ser humano. Su finalidad es obtener determinados beneficios de dichas modificaciones.
DOMESTICAR Y DOMAR
Es necesario establecer la diferencia que existe entre los términos
domesticación y doma, pues indican dos procesos diferentes que a menudo
se confunden. La diferencia entre los dos términos es evidente:
En español, domar indica amansar y hacer dócil a un animal mediante ejercicios y enseñanzas,
sean estos silvestres o domésticos. La domesticación consiste en
acostumbrar al animal fiero y salvaje a la vista y compañía de las
personas; es un proceso largo en el que se obliga a una especie a adaptarse para vivir dependiendo del ser humano.
El término inglés tame o domado se refiere a individuos
mansos, dóciles, producto de un trabajo hecho por el hombre pero cuya
reproducción no se somete a selección artificial, con intención de lograr mansedumbre, como en los animales domésticos. Ya Darwin (1859 y 1868) manifestaba que: Domesticar es más que domar (Domestication is more than taming). Con el término doméstico (domestic, en inglés) se hace referencia a animales que, por selección directa del hombre, adquirieron características genéticas, morfológicas, fisiológicas, y de comportamiento diferentes a las que tenían sus progenitores silvestres.
La doma, en ambos casos, hace referencia a individuos y no a poblaciones
(conjunto de individuos), mientras que la domesticación involucra a
poblaciones enteras. Por ejemplo, Se puede domar a leones, tigres o
panteras, pero no se puede decir que sean especies domésticas. La diferencia entre las dos lenguas es que en inglés los animales domados se reproducen en poblaciones silvestres, resultando dificultoso en condiciones de cautiverio, pero en español, la doma también se refiere a ciertas especies domésticas, como los caballos.
Hay numerosos autores que hablan del proceso de domesticación en el caso de las abejas,
donde las fases transcurrieron, pero la línea divisoria entre abejas
domésticas y silvestres es muy fina. A pesar de haber seleccionado las colmenas
durante miles de años todos los apicultores son conscientes de que
cuando su mejor colmena en mansedumbre desea dejar su cómoda casa a
cambio de un hueco de árbol lo hace sin mayores problemas y en numerosas
oportunidades sobrevive sin mayores inconvenientes. Lo cual podríamos
definir como un alto grado de readaptación a la vida silvestre.
El proceso de domesticación se logra mediante selección artificial de caracteres, tanto genotípicos como fenotípicos, que el hombre selecciona mediante exhaustivos cruzamientos y una serie de lentas modificaciones acumuladas en el tiempo.
La readaptación a la vida silvestre (asilvestramiento) de una especie
doméstica es el proceso contrario: en él la especie doméstica va
perdiendo a mayor o menor velocidad los caracteres seleccionados
artificialmente al verse sometida al proceso de selección natural
que, sin duda, favorece aquellos caracteres más adecuados para que la
especie viva en forma libre sin los cuidados pertinentes que el ser
humano dispensaba. Una conducta
agresiva puede ser muy ventajosa para la abeja en el momento de
encontrarse con un predador que ataca su colmena. Readaptarse a la vida
silvestre o al estado primigenio de la especie en el tiempo dependerá,
en gran medida, de las modificaciones genéticas experimentadas en el
proceso de domesticación. Cuanto mayores fuesen los cambios alcanzados
en el proceso de domesticación, mayor será el tiempo de readaptación y
la cantidad de generaciones que deberán transcurrir para volver a ser un
animal silvestre. Y es posible que muchas especies que el hombre ha
domesticado difícilmente lograrán volver a la vida silvestre.
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